La vigilia de Mateo

Mateo había pasado en el hospital en un coma por 4 días antes de ser declarado con muerte cerebral. Su joven madre Lupita, aún en choque, no había querido quitarle el soporte vital a su hijo hasta que su hermano la convenció de lo contrario. Antes de que entrar en coma, la madre angustiada recordaba como su hijo siempre había clamado por una taza con hielo para poder sentirse mejor. 

Los doctores le habían dicho que aparte de ayudar con el inmenso calor que hacía a esta época, le ayudaba a aliviar la resequedad que sentía después de los tratamientos de quimioterapia. Pero en sus últimas horas antes de entrar en el coma, ni eso ni la presencia de su madre lo hacía sonreír.

El funeral fue algo íntimo, en una pequeña funeraria cerca de los barrios donde vivían. Como era tradición, el cuerpo se mantendría allí durante un día antes de ser enviado para ser enterrado. Lupita no tenía suficiente dinero para un entierro adecuado, pero la gente de su barrio empobrecido, quienes habían amado tanto a Mateo, le consiguieron un terreno en un cementerio cercano. La preparación del cuerpo fue donada por el personal del hospital, a quienes Mateo había llevado muchas sonrisas.

Mateo no había tenido muchos amigos a su tierna edad, dado a que Lupita trabajaba día y noche para sobrevivir. Las pocas personas que estaban en asistencia esa noche eran ya mayores, ya que ellos habían sido los que habían cuidado de Mateo. Cada uno de ellos recordaba la sonrisa vibrante y entrañable que siempre tenía el niño cuando andaba correteando en sus pantalones remendados, y comentaban lo extraño que era verlo en el ataúd con un traje y sin su sonrisa característica.

Habían llegado más personas durante el día, y dado a que el sol estaba fuerte, Lupita fue a buscar hielo para ofrecerles a los que habían llegado a presentar sus respetos al pobre joven. Entró a la cocina en búsqueda de una bolsa de hielo, pero cuando abrió el congelador no la vio en ningún lugar. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando la encargada de la funeraria le dijo que uno de los jóvenes ya había venido a buscarlo.

Salió corriendo al pasillo donde estaba su hijo para buscar al niño que se había llevado la bolsa, pero para su asombro descubrió que nadie de los presentes había traído a sus hijos. Ella notó sombríamente que detrás del ataúd había un charco de agua y una bolsa de hielo rota. Casi se desmaya cuando miró por encima del cristal del ataúd abierto y vio a su hijo tirado allí con el cuello de una camisa húmedo ... y la sonrisa característica en su rostro.

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